ARCHIVO HASHED.


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En el verano de mil novecientos noventa y dos, durante el mes de septiembre, apareció en la oficina de objetos perdidos de la calle de La ciudad, en el casco antigüo, un maletín negro de piel, de veinticinco por veinticinco centímetros con la siguiente inscripción en letras blancas: Archivo Hashed. La expresión es utilizada en el argot de la informática para referirse a un tipo de archivos de ubicación dispersa. Archivos que representan un sistema de almacenamiento cuya distribución de la información es problemática debido a que la estructura de los registros está sumamente desperdigada. El contenido del maletín resultaba extraño, casi exótico. Compuesto por veintitrés cajas transparentes de once por diecisiete centímetros, de las que comúnmente eran utilizadas para guardar cintas magnéticas de audio. Los pequeños dientes que suelen recoger los dos orificios de los cartuchos de cinta habían sido retirados cuidadosamente, de manera que la protuberancia no obstruyera el posible contenido de las cajas. Cada una de esas urnas trasparentes resguardaba ciento treinta y tres titulares de periódico por caja, dando un total de tres mil cincuenta y nueve titulares. No hacían alusión a ningún hecho en concreto. Eran más bien frases aisladas que, sacadas de su contexto original, rozaban incluso lo poético. Nadie se hizo responsable de la valija. Tres años después, en mil novecientos noventa y cinco, un periódico local publicó una nota sobre el maletín, asegurando que un hombre de cuarenta y siete años, de orígenes anglo-catalanes, había sido el autor de dicha manía textual. Esa fue la primera vez que se tuvo noticia sobre J. Bernard Ballantines. A nadie le pareció extraña la supuesta relación. O que fuera después de tanto tiempo que alguien conseguía ponerle nombre a dicho empeño y el hecho, pereció, sin más, con la llegada de otra novedad en la prensa. 

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