83. Dedicatoria.




Día nublado de verano. El cielo que se cierra, oscuro. Y el sofoco. Todo el sofoco. Salgo a caminar en pantalones. Pantalones gabardina. Camino y la mañana. Manos al bolsillo. Sudor en la camiseta. Caminar y turismo. Pasear turismo. Sigo siendo ese turista de este sitio. Y ese turista literario de tus territorios. El paseo cambia su dirección en el barrio del Raval. Doblo a mi mano derecha y decido ya. Voy a mirar libros. Esas estanterías repletas. Esos ejemplares y ejemplares inundando las mesas, los mostradores, los libreros. Voy y vengo entre los cuadernillos. Miro, leo las contraportadas. Husmeo las solapas, las otras referencias, conexiones,. Biografías de escritores, colecciones. Retándome con el deseo. Alborotando la cartera. Veo títulos y títulos. Encuentro incluso lo que buscaba. Poética del café, Antoni Martí Monterde. Pero entonces otro individuo rojo y pequeño se me cruza de frente. Historia abreviada de la literatura portátil. Colección compactos de Anagrama. Me paseo. Voy por los pasillos de un lado para otro. Analizando ambos ejemplares. Hago mis cuentas, intento saber cómo atenta contra el presupuesto. Sobo la cubierta. Paso la mano por su lomo. Leo y vuelvo a leer la contra portada. Pienso así en tu Doctor Pasavento, en las hojas finales de tu Doctor Pasavento, también rayoneadas, escritas a mano, como éstas. Con esa constante tan insistida en esas frases: el pienso que pienso. Y el pienso que pienso en ti que me toma preso, que me coge de los pelos. Te pienso que pienso y a la caja. Cuento las monedas. Pago. Me ofrecen una bolsa en catalán y yo no entiendo. Salgo. Dos libros en la bolsa, calle Tallers. Voy andando, y, desesperado, entro al ejemplar. Hay que saber qué dice ahora Vila-Matas. Dices que Vila-Matas y tú se parece en eso de las mariconadas. Vila-Matas que te gusta de esa forma y este libro rojo que desde un comienzo me dice tu nombre. Me dice que te quiere pasando los dedos por entre sus ciento veinticuatro páginas. Andando. Voy andando. Voy caminando y leyendo. Pienso en mi poeta mazatleco. –Dan ganas, sí, ganas de caminar. Ganas de ir caminando y escribiendo.- Sí, tengo que contártelo: voy andando con este libro ahora ya tuyo. Voy y me paseo. Esa cantidad infinita de paseos en espiral. Donde yo me paseo por la líneas de la calle y el libro se pasea por/entre mis manos. Y así, de una sola vez yo me paseo ya por la líneas de este libro. Voy y voy por las líneas, y voy y sigo el camino de las líneas desde la puerta de la librería hasta la puerta crujiente de mi piso. Voy y me paseo. La gente me mira. Esquivo patinetas y turistas. Voy pendiente de reojo en una lectura simultánea. Por un lado la calle. En el fondo el difuso movimiento. El fugaz e indefinido movimiento de afuera. Por otro lado. Interior. Doméstico. Íntimo. El libro. La líneas y las líneas del libro. Walter Benjamín y Duchamp. Íntimos. Almas gemelas. París. Dos turistas hablan en francés. Un chico pasa de frente estirando entre el pecho y la barriga una camiseta roja de Amelié. Almas gemelas y Amelié. Almas gemelas y París. Vila-Matas dice muchas otras mariconadas en un libro sobre sus años en París. /Lo que está reducido se halla en cierto modo liberado de su significado. Su pequeñez es, al mismo tiempo, un todo y un fragmento. El amor de lo pequeño es una emoción infantil/ Sigo leyendo. Leo y camino. Una hoja de un árbol me cae sobre el libro abierto. Es una hoja seca, perdida en el otoño perdido del verano. Ahí se queda, entre otras hojas. El amor de lo pequeño es una emoción infantil, sigo. El ritual de lo portátil. De lo mínimo. El equipaje, convención de exilio. Pasaporte. Vagabundo. Nomadismo. De nuevo ese pienso que pienso. Y allí la convicción necesaria del registro. Comienzo a rayonear las primeras páginas de tu libro platicando sus antecedentes. Te pienso que pienso y me convenzo de toda mi voluntad de registro. Voy a registrarlo: leer, pensar en ti, caminar; y las ganas de ir caminando y escribiendo. Lo portátil. La vida portátil. El ejemplar portátil. La computadora portátil. Mi novela que es portátil y la llevo y la traigo a todas partes. ¿Eres tú portátil? = te llevo y te traigo a todas partes. Encajada, metida. Y te pienso que pienso. Todo un universo en el bolsillo / Pantalón gabardina. Todo el mundo reducido a una maleta. Como las noventa y dos maletas de Tulse Luper para explicar el mundo. Recuerdo a Miler: esa mujer en lugar de coño tiene una maleta. Lo portátil. Ya cerca de mi piso cae otra basura sobre la página diecinueve. Parece una pluma percudida. Acumulo piezas suelas de la calle dentro de tu libro. En lugar de libro tengo una maleta. Lo portátil, y tu hoja y tu pluma. y tu coño. Y te pienso que pienso, y el registro. Y mi letra chueca, fea, rayoneando tu libro. Y mi mala ortografía. Y nuestras bibliotecas. Y nosotros.

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