40. Casa


Sin siquiera pensarlo me detengo y miro a mi alrededor. Encuentro una constante. Una disposición en apariencia cuidadosa pero que en realidad no guarda un orden premeditado. Sin advertirlo, sólo atento por el regreso a la habitación después de más de un mes de viaje, caigo en cuenta de la desesperada acumulación que habita el cuarto. La fidelidad en las pequeñas cosas. Una constante de imágenes y recuerdos inventados. Entonces miro el libro que, en turno, he dispuesto sobre el atril que Elena me regaló en mi cumpleaños. Se ven dos fotos. Páginas 48 y 49. Se trata de la casa del pintor Antonio López Sáenz. Hay en esos taburetes una continuación de su obra. Un universo presente ya en sus cuadros. Como si su propio espacio perteneciera a la obra. Como si cualquier declaración filial por un objeto tuviera que estar poblada de motivaciones artísticas. El espacio habitado por el artista, como una extensión de su obra. Mi obra es mi vida yo soy mi obra. Dicen. Ese espacio, la habitación, el cuarto; hecho cuadro. Hecho una fiel y pequeña declaración de intenciones sobre la realidad. Volteo a mirar mi habitación y me siento satisfecho, no quiero salir de este misterio, de este pequeño arrebato que no deja ver ya los rincones. Una casa para siempre, un país inventado. Un territorio necesario para hacer soportable la violencia de la geografía. Debajo de una de las fotos el texto dice: El viaje y la casa: -Entre tus sueños estaba el de viajar. ¿A dónde? – No lo sé. Mi anhelo de viajar no tenía ruta, se relacionaba más con el misterio y claro, con la vuelta a casa.

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