33. En el camino / Fragmentos para un relato de formación.

Escribir desde el tren y la frontera.
O, notas para una carta a Juan Esmerio.
Muchos escritores relacionan el viaje con la literatura. Otros, quizá los mismos, creen en el proceso de escritura como un viaje, un trayecto. Al igual que viajar, dicen, escribir implica combinar, reajustar, ir en una u otra dirección; perderse. Desde la Odisea los vínculos entre el viaje y la literatura se confunden. Se entrecruzan en una única exploración: la construcción de la identidad; la compresión del mundo y del sujeto. Escribiendo o no, viajando o no, es un hecho que desde el Romanticismo el relato, es decir la narración, se convierte en la condición primera del viajante. Se viaja para narrar el viaje, es ese su motivo y no su resultado. La literatura fija en el viaje su objeto, su finalidad. La figura del viajero se confunde entonces, también, con la del escritor.


Apreciado Juan: Te escribo estas notas desde un tren estacionado. Apenas amanece, es invierno y hace frío. Llevo un abrigo gris que estrené la primera vez que viajé a Europa. Tiene los botones de metal, plateados, podría ser de un oficial de la Primera Guerra; creo que Kafka llevaba uno parecido en una foto que vi hace algunos años. Vine a una pequeña ciudad cerca de Barcelona por motivos de trabajo. Pernocté sólo una noche. A primera instancia parecería cansado, la ciudad no es nada extraordinario pero el trayecto en tren ha hecho que el desplazamiento valiera la pena. Cinco horas sobre una vía que bordea el mediterráneo y un día entero entre oficinas que bien podrían ser iguales a las de la ciudad en la que vivo. Aún así he cumplido con la cuota, según la Organización Mundial de Turismo de las Naciones Unidas, hacen falta sólo 24 horas ausentado del lugar de residencia habitual y una pernoctación para ser considerado un turista.

La narración romántica del viaje no era exclusiva de la escritura. Muchos pintores del siglo XIX emprendieron numerosas expediciones en busca de paisajes desconocidos. No había fotografía y entonces, era necesario buscar territorios ignotos, era preciso llenar esos huecos en el mapa. Lo curioso es que la figura antes reservada para navegantes, militares o embajadores, fue ocupada por el narrador, por el artista; así el espacio quedó abierto para la anécdota, para el relato de las aventuras, para la introspección personal. En todo caso y más allá de las memorias, una escritura se vuelve constante en el viajante, hablo de la epístola, la carta. El revisor perfora mi boleto y sigue con los demás pasajeros. Deja una estela de olor a cigarrillo mezclado con colonia masculina. Mientras el tren sale de la estación, hago notas para enviarte una carta.

Me dedico más bien a contarte tonterías sobre el clima, el tren o los botones de un abrigo que estrené hace unos años; el espacio queda abierto para la anécdota. Creo que fue en el invierno de 2006, hasta entonces nunca había viajado en tren. Mi primer trayecto lo hice cruzando la frontera entre la República Checa y Alemania. La ruta en concreto, Praga-Dresden. Me impresionó el paisaje y la cadencia repetitiva de elementos: nieve, árboles, montañas, ríos y la esporádica aparición de poblaciones con casas de techos a dos aguas. Motivado por filiaciones románticas que hacían de mi primer viaje a Europa una experiencia de turismo literario, leía a Kafka durante el trayecto. Los diarios de Kafka y sus recurrentes repeticiones de ese estimulo aletargado en el que el tedio vital vuelve, de manera casi espontánea, del ir y venir de su vida una ruta, un desplazamiento hacia lo ignoto, un viaje hacia el centro del abismo que se convierte en un viaje al centro de si mismo.

Leyendo en ese entonces y releyendo ahora un fragmento de su diario la voz de Kafka se apropia de mi viaje y traspasa los límites de mi trayecto. En una de sus entradas, el escritor narra el encuentro con un oficial alemán súbdito del imperio germánico, ocurrido en un tren antes de la Primera Guerra. El oficial le pregunta a Kafka por sus orígenes. Kafka recurre a su filiación Austrohúngara. Ambos entablan una conversación pero el oficial no logra comprender del todo la identidad de Kafka. La nacionalidad de Kafka es en sí un trayecto y una ruta, una múltiple frontera. El escritor nació en Praga pero no es ciudadano checo, la nacionalidad de su pasaporte lo cataloga como austriaco. Sin embargo, el oficial no puede identificarlo simplemente como austriaco por que Kafka es también judío. Pero no es un judío practicante, es un judío desarraigado. El oficial se muestra desorientado al intentar situar a Kafka en algún territorio reconocible. ¿Qué tierra es Kafka? ¿Cuál es su trayecto? No otra cosa que una constante de vuelta a la frontera.

Avanzo en el tren desde una ciudad cercana a Barcelona y sin embargo, comienzo a hacer latente en mi cabeza la idea del viajero que atraviesa fronteras. Paso, como esa primera vez, la delimitación entre la República Checa y Alemania. Ahora un oficial de migración revisa mi pasaporte, pasados unos minutos un joven de origen árabe es detenido. Le exigen los documentos que permiten su tránsito libre por la Unión Europea, el joven no los tiene y es invitado a bajar del vagón en la próxima parada. El joven se queda mirando como nos marchamos y yo no puedo evitar imaginar su incertidumbre y la rotunda lejanía en la que se encuentra en ese instante. La frontera ejerce sus represalias y él oscila, como Kafka, en el territorio de la identidad diluida entre las líneas divisorias del mundo. Fronteras que se entrecruzan y superponen, como marcas indelebles: las fronteras diversas del territorio, de la geografía, y de la política, pero también de la literatura, del viaje.

Apreciado Juan: Te escribo estas notas desde un tren que se mueve por Europa traspasando fronteras, pero te escribo también desde un tren que se desplaza por las líneas del papel amarillo de una libreta que comencé apenas hace unas semanas. Tratando de cumplir al dedillo con mis propias sentencias sobre el viaje y sobre la literatura. Al igual que viajar intento que escribir implique combinar, reajustar, ir en una u otra dirección y sobre todo, perderse. Se viaja para narrar el viaje. La figura del viajero se confunde entonces, también, con la del escritor y uno trata de dejarse ir por una vía en línea recta en la que algo va dejándose atrás en el camino pero en la que, a la vez, siempre se sigue hacia adelante. Continuamente hacia adelante.

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