23. En el camino / Fragmentos de para relato de formación.

Notas de un yo para el domingo y el viaje.
O algunas maneras de volver lo ajeno un territorio próximo.
Huyendo de las inclemencias de la vida cotidiana, salgo a pasear por la ciudad y esa simple actividad, termina volviéndose para mí un acontecimiento. Justo unas horas antes de calzarme los tenis y lazarme a la calle, leía en el periódico la referencia a una lista sobre gustos y disgustos hecha por Roland Barthes: me gustan los paseos moderados. ¿Hace cuánto tiempo que no salgo a caminar por la ciudad? Desde hace unos meses el tiempo no me alcanza para mucho. No soy un buen viajero, me aburro, me deprimo. Gusto sólo del paseo momentáneo; un cigarro eventual, un destino pretendido. A pesar de ello me animo y salgo, acompañado. Me atrevo sin más a ir anotando las incidencias del trayecto y apuro un inventario sólo para conseguir que mi paseo se extienda un par de horas. Me refugio así en los modismos actuales que son ya lo común de la literatura: el yo asalta las estanterías, dicen. Narraciones que juguetean con el género autobiográfico y hacen pertinente hablar de autoficciónes1. Me invade entonces la primera persona y yo, camino, discurro, voy midiendo la distancia que me aleja de mi departamento mientras, sin un rumbo definido, bajo hasta el casco antiguo de la ciudad en la que vivo desde hace un par de años.

Doy uno y otro paso y a veces, sin darme cuenta o conscientemente, reparo, vuelvo, me arrepiento. La primera persona nunca me ha resultado particularmente sencilla. Batallo con las conjugaciones y los paseos referenciales ¿Me invade a mi también ese yo aposentado desde hace tiempo en las estanterías? A primera instancia lo contado aquí parecería ameritar la recurrencia: el chocante arrebato de tropezarse con el pronombre personal continuamente. Desde la Antigüedad hasta nuestros días los textos de los viajeros se caracterizan por ser relatos subjetivos que revisten un carácter testimonial. Si en el siglo XVIII se cernía sobre el viajero ilustrado una responsabilidad informativa que le obligaba a desplazarse con un plan y unos objetivos concretos, el viaje en el siglo XIX permitirá un abierto vagabundeo antes vedado para los peregrinos. En el Romanticismo, la figura del viajero será también la del escritor, de tal manera que los límites entre el género autobiográfico y la escritura del viaje terminarán diluyéndose. 
Viajo entonces. La idea me anima a extender un poco más mi recorrido, no es difícil desempolvar la sensación de turista en un sitio como este. Desde la montaña hasta el puerto hay turistas invadiendo las aceras y los monumentos. Casi sin querer acumulo datos de un paseo poco premeditado. Domingo, son más de las doce del mediodía y la gente ya ha poblado la calle. Mi compañera y yo no parecemos muy distintos a la ola de visitantes que hacen fotografías. La torre del teleférico al fondo de la calle, un número cinco sobre el borde del muelle: yo también hago fotos. ¿Qué diferencia hay entre nosotros y ellos? Hacemos turismo en una ciudad que, del alguna forma, ya nos pertenece un poco más que antes; tenemos recuerdos que suceden en ella. Sigo recolectando incidencias del trayecto y el asunto me lleva a ir enlistando, como Barthes, aquello que me gusta o desagrada. ¿Qué palabras aparecen más por esta calle? Café, bar, mediterráneo, tabac, farmacia. Uno de mis amigos, trabaja haciendo inventarios urbanísticos que después traslada a un plano arquitectónico. Metodologías para las reformas de una calle. Bajo sus ojos, mi lista cambiaría radicalmente: arbotante, poste, sitio de parking, línea de luz eléctrica, señal de tránsito, toma de agua. Un catálogo digno para las manías de Georges Perec que sin embargo, daría amplia cuenta de nuestro paseo. 
Vivir en un sitio ¿es apropiárselo?, se pregunta Perec en uno de sus libros2, ¿Qué es apropiarse de un sitio? ¿A partir de qué momento un sitio es verdaderamente de uno? Puedo responder con una cita que anoté en una de mis libretas del año 2005: «Tan pronto como empezamos a sentirnos en casa en una ciudad extraña, esa ciudad empieza a sufrir un proceso de desaparición. Al cabo de tres días ya no levantamos la vista cuando el metro o el tranvía pasa por distintas paradas; al cabo de diez días recorremos las calles principales con los ojos cerrados, porque aparece la meta en lugar del trayecto; al cabo de dos meses toda la ciudad ha caído sepultada bajo su evidencia, las conexiones entre las calles ya no evocan ninguna asociación, sino que son, tan sólo, su propia y aburrida mismidad.» (Hertmans, Stefan. El libro de las ciudades. E.d. Pretextos. Barcelona:2003)
Haciendo memoria la frase no me parece tan poderosa ahora. La reinvención del sitio sobre el que se vuelve continuamente puede dar pie a la construcción de un lugar propio y no de una imagen prefabricada. Yo vuelvo, de cualquier forma, una y otra vez a citas literarias como esta. Dicen que los turistas son consumidores de imágenes más que de lugares. La imagen previa que el turista trae consigo desde el origen es la que hace posible el subterfugio al que el viajero se somete. Además, el viajante es también un consumidor de experiencias. Un acumulador de sensaciones y no sólo de fotografías. Entonces siempre la hegemonía de la primera persona. Camino y voy recolectando pequeñeces: yo y el inventario y el paseo y las imágenes. Bajo por una enorme avenida. Luego unas cuantas calles húmedas con muros de piedra. Después el embarcadero, y más allá la playa. Un exhibicionista que grita desde la ventana y dos chicos que intentan volar una cometa. El destino del trayecto es un mar que desconozco, nada se parece al de mi infancia pero, entre los mástiles y los edificios, unas grúas hacen efectiva la experiencia que buscaba, mirarlas me lleva, inevitablemente, a las tierras en las que he estado de pequeño y convierten esa ciudad extraña en un mundo familiar y conocido. Un lugar ignoto del que, gracias a la memoria y a literatura; y a la experiencia y a las recolecciones, me voy apropiando hasta volverlo un territorio próximo, una casilla en la lista de los gustos.


1 El término fue propuesto por el escritor francés Serge Dubrovsky para argumentar los mecanismos de su novela Fils (1977) en la que, según explica, se parte de hechos absolutamente reales para moldear una ficcionalización de uno mismo novelando la autobiografía.
2 Perec, Georges. Especies de espacios. E.d. El viejo topo. Barcelona:2003

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